Noche del viernes 30 de octubre




















































Noche del viernes 30 de octubre
Entrevista realizada el 29 de noviembre de 2019
Black Friday. Centro Comercial Larios recién renovado. El alumbrado navideño se inauguraba en una hora. Por lo que había mucha gente. Ruido. Un ritmo frenético por encontrar la mejor oferta. Los camareros no dan abasto. La máquina de café grita por la barahúnda de las rebajas. Más ruido. Pero nadie puede interrumpir. Ni siquiera el chaval que hace una foto desde lejos. La mesa, de color marrón con el tamaño justo para dos personas, era una burbuja en plena batalla de precios.
La conversación fluye. Ella es periodista. Ha estado en el otro lado de la grabadora y no lo pone difícil. Sonriente, alegre y sincera. No tarda en responder. No necesita pensar las respuestas. Es sincera y clara.
Los escritores, a veces, utilizan aspectos de su vida para crear una historia de ficción. En Rompiendo el juego, Marina recuerda a Tania López Parra. Tania es periodista, Marina quiere serlo. Tania juega al pádel, Marina al tenis…
Algunos escritores son reacios a admitirlo. Pero Tania no. Es cierto que Marina tiene parte de Tania y no lo va a esconder entre justificaciones vacías. “Son temas con los que te sientes más cómodo al escribir porque los conoces y al redactar lo tienes más fácil”, reconoce.
La afición por los libros y por escribir la cultivó en casa. Desde que era pequeña ya toqueteaba la máquina de escribir de sus padres. Nació para ello y a los siete años ya escribía historias.
Su primer libro lo publicó con 17 años. El portal de la Tierra. Una novela fantástica que comenzó a escribir con 15 años. No se esperaba la respuesta de la editorial. No pensaba que le quisieran publicar el libro. Pero a Tania eso no le importa. Aunque la corriente vaya en su contra, ella sabe lo que quiere y lucha por ello. “Como siempre digo, te tienes que aventurar porque nunca sabes por dónde puede salir”.
Siempre sonríe. Su expresión, sus ojos, su sonrisa. Todos gritan alegría. No hace falta preguntarle. Las novelas le apasionan y hablar de ellas le hace feliz. No cabe duda alguna. Un oasis en el centro del barullo. La mesa era una zona de paz en la guerra del 50%.
Sus referencias son como ella. Autores de novelas juveniles, románticas, de fantasía y con trasfondo. Tampoco le gusta escribir simplemente para entretener. Su objetivo es incluir un mensaje. Un trasfondo que le dé sentido al relato.
“En cada libro quiero lanzar un mensaje, intento que tengan un trasfondo”. Como en Rompiendo el juego. Su última novela. Juvenil, romántica, de superación y ambición. “Siempre que tengas una meta, tienes que ir a por ella. Sea más difícil o más fácil, tienes que hacerlo”. Esa es la historia de Marina. La historia de Tania.
Quizás no exista mañana. Su segunda novela. La publicó con 20 años. Estando en el tercer año de la carrera de periodismo. Y también tenía mensaje. “El protagonista al principio era un egoísta, el trasfondo es que hay que mirar más allá de ti mismo”. Muestra la diferencia entre un personaje que se preocupa por los demás y otro que no.
En la actualidad continúa escribiendo.
El diálogo es rápido. Solo se pausa para dar pequeños sorbos al café. Un sombra y un mitad. Málaga. Ambos largos y con azúcar.
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Tania cree que las editoriales no apoyan lo suficiente a los escritores. “Es verdad que el libro está en todos sitios, pero hay mucha cantidad de libros y tú tienes que intentar destacar el tuyo. Una editorial mediana no se preocupa. Lanza el libro y ya está. La publicidad la tienes que hacer tu”. A ella le ayudó Teodoro León Gross, profesor de periodismo de la Universidad de Málaga.
También las librerías de Málaga. “No suelen dar problemas, te dan fechas para hacer las presentaciones, te avisan para la Feria del Libro, te avisan para otros eventos, te presentan a gente… Ayudan mucho. Lo mismo que te he puteado a las editoriales, te hablo bien de las librerías”.
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Cuando comenzó a estudiar periodismo, la rama deportiva era la que más le interesaba. Tania es deportista. Desde pequeña también. Jugaba al tenis desde que tenía 10 años. Ahora su pasión es el pádel. Su equipo es QPadelGirl y consiguieron ascender al Gran Slam.
El pádel le sirve para ganar algo de dinero extra. En el último torneo se llevaron 35 euros cada una y una cena gratis. “Si juntas torneos, algo sacas y echas el fin de semana”. Cuando el premio son objetos, los vende. Por ejemplo, una vez vendió una pala por 80 euros.
Mira el móvil.
No lo miraba por la hora. Esa tarde anunciaban el cuadro del siguiente torneo. El de Carolina Navarro. No sabía si iba a poder jugar, tuvo una punción de espalda. Por ese motivo canceló las entrevistas. Y todos los partidos que tenía.
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Ya era tarde. Se apagó la grabadora. Pero la camarera tardó en traer la cuenta. Había mucha gente y era normal. Mientras, siguió la conversación.
Enlaces para comprar sus novelas:
Posdata, al final quedó subcampeona en el torneo de Carolina Navarro
Un día como otro cualquiera, en un campo no muy lejano, una serpiente comenzó a perseguir a una luciérnaga. Una luciérnaga preciosa y muy brillante. Esta huía asustada, no entendía por qué la feroz serpiente se la quería comer. El segundo día seguía huyendo, la serpiente no desistía. El tercero decidió parar de huir, se giró y le dijo a la serpiente:
El micrófono parecía una serpiente.
No se acercaba a él, le daba miedo. Intentaba hablar, dejar salir su luz. Pero solamente salía una voz entrecortada y baja. Tímida. Dolida. Nerviosa. Nervios por contar una historia que nunca antes se atrevió a contar en público. El relato de su luciérnaga, una que no consiguió volar más alto para escapar de la serpiente. Una luciérnaga engullida por el acoso escolar.
Lo intenta, pero no puede. Llora.
Pero María, la madre de la luciérnaga David, quería aprovechar la oportunidad de la campaña Actuemos Contra el Bullying organizada por la ACB y la asociación No al acoso escolar. Así que saca fuerzas para narrar el cuento de su hijo. Quiere que nunca nadie más sea apagado. Le costó, pero lo consiguió.
El silencio de la sala era abrumador.
Carmen Cabestany, presidenta de la asociación está sentada junto a ella. Le acaricia el hombro envuelto en una rebeca negra. Le quiere transmitir su apoyo. Su fuerza para enfrentarse al escaso público que había delante. Un apoyo que le faltó en el momento que más lo necesitaba.
En realidad no se llama María y su hijo tampoco se llama David. Usaban esos nombres para no desvelar su identidad. Ni nombres ni imágenes, solo los presentes en aquel salón de actos podían ver su rostro. ¿Siguen huyendo de la serpiente?
Encontró las palabras.
Su voz empezó a volar. Aunque no muy alto. Seguía sin acercarse al micrófono, como una luciérnaga cauta ante la serpiente. Pero su voz voló lo suficiente para ser escuchada. Planeó entre el sobrecogido público. Entre el silencio oyente.
Comenzó a narrar.
David tenía 12 años. Su comportamiento ya no era el de antes. Se portaba mal. Apenas hablaba. Solía tener problemas en el instituto, malas notas, pellas, problemas con compañeros. Justo al comenzar el instituto.
María no conocía el motivo, no se lo imaginaba. “Ni siquiera sabía lo que era el bullying”, señaló. Casi todos los días recibía una llamada del centro escolar. Su hijo volvía a dar problemas. Brillaría demasiado. “Teniendo en cuenta como lo veía yo en casa, me lo creía y pensaba que sería cosa suya”, explicó.
Así día tras día durante tres años. “Hasta que un día…”. Se derrumba.
Una mujer sentada en primera fila le acompaña en el llanto. Son familia. Su hermana, la tía de David. Otra mujer con una chaqueta un poco llamativa, blanca con círculos de colores vivos, la abraza desde la fila de atrás. Comprende la sangre de sus ojos y la arropa con fuerza. Ella es la madre de Alba. Otra luciérnaga que más tarde brillará.
“Hasta que un día le acompañé al instituto y lo vi”.
Escuchó los insultos, “maricón”, “feo”, “comepo****”, “tonto” y vio las piedras que le lanzaban a su hijo. “Ya entendía lo que le pasaba a mi hijo, fui al despacho de la jefa de estudios y le pregunté: ¿el problema de David era que no entraba a clase?”.
Pero los tres años de acoso continuaron. Las serpientes no se daban por vencidas. Comenzaron a ir a su casa, daban patadas a la puerta y le gritaban cosas desde la calle.
No podían salir de casa, tenían miedo.
“Un día empecé a escuchar mucho ruido de gente en la calle y me asomé a la ventana. Un grupo de unos 10 o 15 niños, algunos con bates de béisbol, estaban rodeando a otro. Era mi hijo. Le estaban dando una paliza”.
María salió para ayudarle, pero no paraban. Tuvieron que salir corriendo hacia la casa.
Buscó el apoyo de un psicólogo para ayudar a David. Le tuvo que recetar medicación para que pudiese aguantar aquello. Era un infierno que no frenaba. Aceleraba.
Se mudaron a casa de su hermana, la tía de David. A otro pueblo. La luciérnaga continuó huyendo.
Sobrevivió.
Pero los resultados médicos fueron muy graves. Neumotórax, neumonía e importantes daños cerebrales. Infarto cerebral. Las mordeduras de la serpiente apagaron su luz. Ahora reposa en una cama, ciego y sin poder ingerir comida por vía oral.
“Acabaron con su juventud”, afirmó María.
El hermano de David es otra víctima. Se siente culpable, su hermano le avisó. “¿Pero quién se imaginaría que iría en serio? Nadie”, contó Carmen Cabestany.
María no podía continuar. Intenta brillar por su hijo, pero le cuesta.
El hermano sufre ansiedad, no puede ni acercarse a un instituto. Sufre una crisis cada vez que lo intenta y son los profesores quienes van a su casa a darle clases.
“Sobrevivieron”.
Subió los escalones decidida y se sentó en la misma silla que María. Aún llevaba puesto el uniforme de su instituto. El atuendo típico compuesto por una falda corta, una camisa blanca escondida bajo un suéter oscuro con el escudo del centro escolar. Medias negras y zapatos valientes.
Alba no tenía pensado hablar. No quería hacerlo y en su lugar iba a tener lugar otra ponencia, pero María le contagió su valentía y decidió compartir también su caso.
Su nombre es real y el apellido “raro” porque es hispano-holandesa. Explicó que ese era el motivo de su acoso. Su apellido. Tal vez por eso no lo dijo.
La serpiente apareció con 11 años. En sexto de primaria. Ahora tiene 15, aunque ya mismo es su cumpleaños, está en secundaria y ha pasado por tres institutos. En el actual ha conseguido brillar con tranquilidad.
No entendía por qué le hacían eso. Ella solo era una chica normal, iba a su rollo, era trabajadora, constante, no le hacía nada malo a nadie. “Solo quería girarme un día y preguntarles por qué lo hacían. Por qué yo. Qué les había hecho. Pero no lo hice”.
Se cambió de instituto. Pero era en el pueblo de al lado, algunos alumnos estaban conectados y el bullying fue a peor.
La luciérnaga voló más alto y no paró de brillar.
Antonio Pampliega, conocido periodista en zonas de conflicto, visitó la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga, donde cerró un ciclo de conferencias por el 25 aniversario de la Facultad. Donde despertó conciencias con su conferencia Los ojos de la guerra.
También tuvimos la oportunidad de conocerlo y de conversar extendídamente con él. Tratando una gran variedad de temas como la actualidad del periodismo, su secuestro o su trabajo, donde destacan su próximo libro y nuevos reportajes sobre Yemen y Venezuela. El conflicto de Oriente Medio también fue tema central de la entrevista, donde de primera mano nos expone sus impresiones respecto a la situación de los refugiados y los atentados contra el pueblo palestino.
Estás escribiendo un nuevo libro, ¿de qué trata?
Sí, estoy escribiendo un nuevo libro con Planeta. Trata sobre un médico italiano, que se llama Alberto Cairo, quien lleva trabajando para Cruz Roja en Afganistán desde 1990. Ayudando primero a amputados de guerra y desde el 95 a todas las personas discapacitadas del país. Empezó con un hospital en Kabul y actualmente tiene siete en todo el país. Es una persona que en su hospital atiende a la vez a talibanes, a muyahidines y a soldados del ejército afgano. Es un señor que durante el régimen talibán exigió a Mulá Omar y su gobierno que en su hospital hubiesen mujeres trabajando atendiendo a otras mujeres que eran discapacitadas, que habían perdido piernas o brazos durante la guerra. Esto en un país donde las mujeres fueron encerradas en casa. Este señor lo consiguió porque les dijo que si sus empleadas no trabajaban, el dejaba de atender a todos los talibanes que venían a pedir ayuda. Y a través de él no solamente le han dado prótesis a muchísima gente, sino que, además, lo que ha hecho es que los ha integrado. Todos los empleados que hay en los hospitales de Cruz Roja –en los siete– son discapacitados, todos. Incluido fisioterapeutas, doctores, el personal de limpieza, la gente que hace las prótesis… todos. En un país donde se arrincona al discapacitado.
¿Y cuándo se publicará?
La semana del 15 de noviembre. Si lo termino (añade con una pequeña risa).
[Esta era la fecha prevista cuando se realizó la entrevista en mayo. Actualmente la fecha de publicación será el 16 de octubre y se puede reservar ya en Amazon].